viernes, 22 de octubre de 2010

La Pequeña Grandeza De Una Pequeña Ciudad.

LA PEQUEÑA GRANDEZA DE UNA PEQUEÑA CIUDAD.
POR: Liza Moussa.
FECHA: 24-08-2010.


Yo siempre he sido una muchacha acostumbrada a la ciudad. Nacida en ciudad cercana a la capital, lógicamente estuve acostumbrada a los edificios, las calles concurridas, el sonido de cornetas, y la bulla típica de una ciudad con una población muy grande.
El caso es que vine a parar en una ciudad del interior, donde he estado viviendo mis últimos 10 u 11 años, y la verdad no he tenido la oportunidad, en todo este tiempo, de admirar su belleza peculiar.



Efectivamente, a nivel natural, tenemos un glorioso Río Orinoco como lo llaman muchos, el cual, además de ser enorme y majestuoso, pues, es un río que la gente opta por considerarlo su cloaca personal. Cuando estuve estudiando en una zona del famoso y conocido Paseo Orinoco, había un trabajador informal que vendía comida, y todos los desechos líquidos y hasta sólidos que usaba durante el día iban a parar nada más y nada menos que al Río Orinoco. Y ese era un solo trabajador… ¡Imagínense los demás!

A pesar de esto, el atardecer en el Paseo Orinoco, viendo el sol ponerse encima del Puente Angostura, es una belleza que te quita el aliento por unos segundos… porque los rayos del sol se van tornando en varios colores rojizos y naranjados… llegando en un momento dado a esconderse dejándonos en la oscuridad… ¡Precioso paisaje!.

A pesar de las bondades de esta ciudad, lamento decir que popularmente la gente la llama “pueblo” o “aldea” o “Ciudad Burrida” (una forma de burla abreviando el “Aburrida”) porque, para los jóvenes, ésta ciudad nos limita mucho, tanto para crecer profesionalmente como para el sano disfrute. No digo que no sea preciosa. Pero es ideal para personas mayores, que sólo quieren ya reposar de su agitada vida.

Hace poco tuve la oportunidad de ir al Paseo Orinoco y entrar a una casa colonial (en donde funciona una oficina pública) y no pude dejar de admirar esa casa. Sencilla pero hermosa.

Por fuera no es para nada impresionante: Simples puertas de color azul desteñidas y maltratadas, pero adentro, no sé si fui yo o es así, pero sentí cómo eran las personas de esas épocas. Sentía a las personas que vivieron en esa casa. Veía las habitaciones, los faros de luz, los balcones extensos, el pequeño jardín en el medio de la casa que permitía la luz natural del sol tocar sus plantas… De verdad, pude hasta ver a las damas de aquellas épocas con sus trajes coloniales caminar por la casa dirigiéndose a uno que otro sitio…

No sé por qué me llenó mucho ese sitio. Y no es que estaba muy bien conservado. Más bien tenía unas escaleras que, francamente, son un reto a la gravedad, pero sólo puedo decir que por unos segundos me sentí conectada con el pasado… sentí que viajé a un lugar lejano… algo así como una escena de la película de Anastasia cuando ella entra en el castillo y ve a decenas de parejas bailando el vals en el Salón…

Esos momentos hay que atesorarlos, porque son momentos que se nos van rápido. Tengo casi una década en esta ciudad y nunca había entrado a una casa colonial, pero esta experiencia, que quizás a muchos les parezca tonta, no la olvidaré.

Ahora bien, ¿qué ocurre en las ciudades? También tienen su encanto, pero ese encanto radica en exceso de sitios de diversión (aunque a todos nos gusta la variedad) y en el poco sentido de la búsqueda hacia el pasado, hacia tu “yo” interior. Aunque claro, la culpa no es de la ciudad, es de los ciudadanos.

En la capital se corre para llegar a cualquier lado: se corre en el metro, se corre en las aceras, se corren a pesar de las colas, se corre para la cita, se corre para comer, se corre… y se corre tanto que la gente queda exprimida y se olvida de disfrutar de la vida. Esa es una pequeña diferencia que noté entre esta ciudad de Bolívar y la ciudad Capital. Claro, el común denominador es la famosa y ya conocida y reiterada INSEGURIDAD que se vive tanto allá como aquí.

Sí, hay mayores oportunidades de crecer económicamente. Hay mayores posibilidades de crecer académicamente. Hay mayores oportunidades de distraerte. Pero hay menos tiempo para hacerlo… o hay menos energía para disfrutarlo…

Indistintamente de donde te encuentres viviendo, lo importante no son ni los pros ni los contras. Yo viajé a Caracas hace unas semanas ya, y el cambio entre ambas ciudades se siente impresionantemente. No les diré cual ciudad prefiero porque no es la idea la de discutir los pros y contras de vivir en una ciudad metropolitana y desarrollada (en cierto sentido) y vivir en una ciudad que no pasa los 500.000 habitantes, pero vale la pena destacar, que volando de regreso a esta ciudad, con todos sus “contra” (hampa, falta de sitios sanos y diversos para divertir a la juventud, falta de variedad para crecer académicamente, etc), no pude evitar sentirme bienvenida, porque simplemente, regresaba al seno familiar, a mi casa, a mi hogar, con mi familia. Y eso, vale mucho y a veces no sabemos apreciar.

Dios está en todos lados. En la ciudad grande y en la ciudad pequeña. Lo importante es mantener el norte de tu vida, tus metas bien definidas, tus prioridades bien diferenciadas, y tu corazón con mucha fe, y decidir, en base a esto, tu futuro y tu qué hacer.

Que Dios me los bendiga!




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